Que me perdonen los Arquitectos y los estudiosos de las construcciones en la Palestina del Siglo I, por entrometerme en su campo. Pero luego de visitar Pompeya el año pasado, saqué algunas conclusiones e ideas para los Pesebres (o Belenes).
Judea era un dolor de cabeza para Roma. Ninguna de las provincias era tan levantisca y en ninguna estallaban tantas revueltas tan seguido. Cuando Herodes El Grande se hizo con el poder, no le costó mucho a los romanos aceptarlo como aliado, siempre que pudiera apaciguar a un pueblo tan alebrestado como el judío de la época, y cobrar los impuestos para la metrópoli.
Que insistieran en un Dios Único no era problema, siempre que pagaran los impuestos al César. Total dentro del culto a las deidades, en Roma se permitía adorar a cualquiera, oriunda de las distintas regiones conquistadas, siempre que se reconociera al César como dios vivo. Por ello no es descabellado pensar que en los territorios Judíos de esos años, su construcción obedecía a la de una provincia pobre de labradores y pastores. Su “gran” construcción era el Templo de Jerusalén.
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