Todos los años a finales de septiembre en mi niñez, pasaba lo mismo. Como era costumbre, los fines de semana mis padres me llevaban a casa de “Manina”, mi madrina.
Allí encontraba a Virginia, mi amiga de toda mi vida, mi hermana, mi compinche de jugarretas; la que a veces era la más intrépida del pequeño trío que completaba su primo: Jesús Erasmo.
Y la “tarea” que nos imponía “Manina” era siempre igual: buscar envases y latas vacías para sembrar granos de maíz y procurar que germinaran. Esas pequeñas matas constituirán el sembradío del “Nacimiento” que a principios de Diciembre tendríamos también que colaborar en hacer.
Así transcurrió mi niñez. Años más tarde, al cumplir lo diez, me tocaría hacer solo los “Belenes” como se les llamaba en casa.
Mis padres eran originarios de España (Cataluña) y de allí trajeron la tradición y también las figuras y los pedazos de corcho con los cuales se hacían las montañas.
En los “Nacimientos” de Manina, por el contrario, las montañas las hacíamos con cajas y papel de envolver marrón o verde.
Siempre supuse que como lo decían “los mayores” debería ser así, y nunca me preocupé por indagar sobre que dé certeza hay sobre los elementos que siempre adornan los Pesebres – Nacimientos – Belenes. Años después me hice la siguiente pregunta:
¿Qué sabes del Nacimiento de Jesús?
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